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Inmaterial 09
Alexandre Viladrich
pone especial énfasis en las formas de “animismo”
y “antropomorsmo”, presentes en la adoración de
ídolos (imágenes o índices materiales de presencias
divinas), que radican en la proyección de cualida-
des humanas en los objetos. Dicha asignación, sin
embargo, no pasa por la creencia de que los objetos
estén vivos en un sentido biológico: “Un adorador
que dirige sus oraciones a una piedra debe de creer,
de algún modo, que, aunque esta no es un ser vivo,
sí ve, escucha, piensa y reacciona como él y que,
además, tiene el poder de planear y llevar a cabo
acciones” (Gell, 2016, p. 166). La oración es religio-
samente ecaz cuando produce efectos visibles en
otros lugares, y no muestras de conducta biológica
in situ. La piedra, en su inmóvil representación del
ídolo, es agente “pasivo”, pues se le atribuye una
“psicología intencional” capaz de originar sucesos.
Como en los ejemplos anteriores, el animismo y
antropomorsmo mediante el cual Gell transere
intencionalidad y agencia al objeto viene dado
siempre en relación con un humano-testigo.
No obstante, para Gell (2016, p. 165) la atribución
de voluntad, intención o capacidad de respuesta a
entidades supuestamente inanimadas es un com-
portamiento que “no se restringe a los niños ni a
los animistas, ni siquiera a los adultos con creen-
cias religiosas”, sino que forma parte de la cultura
material de muchos objetos. La acción presunta-
mente irracional de asignar “personalidad” a los
objetos sucede también en el marco de lo cotidiano.
Gell recurre varias veces a los coches para demos-
trar que su antropología del arte no se limita a los
objetos etnográcos. El coche puede ser, sin duda,
un objeto interesante por comentar. Sin ir más
lejos, en el diseño automovilístico se presentan
habitualmente los productos a través de cualida-
des humanas. Comparan el frontal de los coches
con caras y expresiones (muecas) que otorgan al
objeto una determinada personalidad y, gracias a
ello, utilizan una especie de jerga de personica-
ción que adjetiva los vehículos como “musculosos”,
“agresivos”, “simpáticos”, “sensuales”, etc.
1
Atribuir
personalidad, carácter, incluso alma a los objetos es
un recurso común en varios sectores del diseño de
producto. Como Gell (y la mayoría de nosotrxs), el
diseño practica (y en cierto modo profesionaliza)
esta variedad de animismo cultural, pues contribuye
a un modus vivendi conveniente en el tecnologizado
presente.
Igualmente, el antropomorsmo presente en la
práctica del diseño puede ser comprendido de
un modo mucho más amplio. Si se dene el an-
tropomorsmo —en términos de Gell— como
la proyección de cualidades humanas (no nece-
sariamente físicas o biológicas) sobre entidades
materiales supuestamente inanimadas, se puede
incluso armar que el antropomorsmo es, sin
duda, la principal forma de “hacer diseño”. A este
entender, el diseño es una práctica antropomórca
en cuanto que human-made y human-centered, ya
que asigna al objeto forma, función, usos, interfaces
y signicados, siempre, a propósito de (ciertos)
agentes humanos. Lo que conlleva, como se viene
comentando, la proyección de cualidades humanas,
esto es, la atribución de “personalidad”, “apego”,
“intencionalidad” y “agencia” al objeto inanimado.
Seguramente esto no supone nada nuevo. De hecho,
¿acaso la descripción antropológica de los objetos
“como personas” no coincide, en cierto modo, con
la descripción convencional de los objetos “para
personas” propia de diseño?
Es evidente que existe una intención estética (cla-
ramente armativa) en la práctica diseñística. “Los
productos van cargados de seducción, pretenden
promover afectos y sensibilidades” (Lipovetsky y
Serroy, 2015, p. 9). Así se interpreta el apego desde
el diseño; es, de hecho, un requisito comercial. De
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En el capítulo Diseño de automóviles: Ralph Gilles, de la serie de documentales Abstract: e
Art of Design, donde se presenta a uno de los diseñadores automovilísticos más reconocidos
del mundo (según la misma plataforma), se puede ver claramente el tono de este pegajoso y
antropomórco discurso.