Furia pop.
Recepción crítica y
exploraciones de un
imaginario popular en el
arte de los años sesenta
en Chile
Soledad García Saavedra
Recibido: 30.3.19
Cómo citar este artículo:
Aceptado: 26.4.19
García Saavedra, S., 2019. Furia Pop, recepción crítica y exploraciones de
Publicado: 30.6.19
un imaginario popular en el arte de los años sesenta en Chile. Inmaterial.
Diseño, Arte y Sociedad. 4(7), pp. 45-69
Abstract
Within an environment of social and political transforma-
tions along with the rejection of a tradition that took roots
in modernism, barge in a pop art in Chile. In comparative
modus, this essay looks over a set of international and local
controversies, that put in tension the North and the South
in the second mid of the sixties and, that trigger out critical
receptions about Pop. It examines the immersion of an art in
its own reality along with aesthetic, philosophical and politi-
cal issues through the artworks of artists Francisco Brugnoli,
Valentina Cruz, Virginia Errázuriz and Guillermo Núñez,
whose artistic positions and motivations arise from a politi-
cal and popular imaginary.
Keywords
pop art, popular and political imaginary, art critique.
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Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
Resumen
En un ambiente de transformaciones sociales y políticas,
junto con el rechazo de una tradición enraizada en el moder-
nismo, irrumpe un arte pop en Chile. A modo comparativo,
este ensayo repasa un conjunto de polémicas internacionales
y locales que tensionan el norte y el sur en la segunda mitad
de los años sesenta y que desatan recepciones críticas del
pop. Se examina la inmersión de un arte en su propia reali-
dad, así como problemáticas estéticas, filosóficas y políticas
a partir de las obras de los artistas Francisco Brugnoli, Valen-
tina Cruz, Virginia Errázuriz y Guillermo Núñez, cuyas posi-
ciones y motivaciones surgen desde un imaginario popular y
político.
Palabras clave
arte pop, imaginario popular y político, crítica de arte.
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Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
Presentación
A mediados de los años sesenta, las resonancias del arte pop movilizaron
en Chile un estado de críticas a contracorriente de los valores y las estéti-
cas brillantes y afirmativas que la cultura comercial del pop art de Estados
Unidos irradiaba por el mundo. La abundante y expansiva propagación del
arte estadounidense contó con una atractiva voracidad por parte de la crítica
de la prensa angloamericana, cuyo entusiasmo por la frescura y el vértigo de
esta nueva invención extrovertida provocó no solo el encanto de los escrito-
res de la prensa y el ascenso de una diseminación internacional que ningún
movimiento de las artes visuales hubiera experimentado antes (Madoff,
1997), sino también aproximaciones rápidas y repetitivas de su terminología,
generando mitos y malentendidos.
Este ensayo se adentra en la recepción, asimilación y discusiones sobre el arte
pop en Chile en medio de la coyuntura internacional de la segunda mitad de
los años sesenta con el propósito de explorar las resonancias y distinciones de
un arte que, mediado por la prensa anglosajona de alcance internacional, con-
tó con debates, apropiaciones y distinciones artísticas propios de las transfor-
maciones sociales y políticas que se vivían en el Cono Sur. En un primer mo-
mento, se busca distinguir las diferencias y similitudes de opiniones críticas
que aparecen tanto en Estados Unidos como en Chile cuando el arte pop al-
canza su primacía mundial en la Bienal de Venecia de 1964: ¿cómo el contacto
con un arte que fue transmitido por la prensa animó debates, aprobaciones y
rechazos en distintas localidades? Este texto observa los desencuentros que
tuvo la crítica con el arte pop atendiendo al argumento de sus descalificacio-
nes para reconocer, como contrapunto del arte norteamericano, la marginali-
dad de su acogida en Chile. A partir de fuentes secundarias, se realizan análisis
comparativos entre la recepción crítica del norte y la del sur con el propósito
de explorar las estéticas discrepantes de acuerdo a las reacciones de críticos y
las motivaciones de los artistas. Se introducen las irrupciones de un arte cuyo
carácter es político y está inserto en un imaginario popular, en un contexto
donde se tensionan convicciones prerrevolucionarias y reformas estructurales
en el país —previamente al gobierno de la Unidad Popular—. Por último, se
busca revisar, a modo de síntesis, algunas de las cualidades de las obras y las
posiciones de artistas como Virginia Errázuriz, Francisco Brugnoli, Guillermo
Núñez o Valentina Cruz, quienes, en sus distintas versiones, confrontaron a
través de sus prácticas artísticas cuestiones estéticas, ideológicas y filosóficas
sobre el cuerpo popular y político del ser humano.
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Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
1. Polémicas y destrucciones del pop
Como un cordón umbilical que nutre a dos cuerpos, los medios de masas
fueron inseparables del arte pop. La apropiación recíproca de unos y otro fue
abundante y no se limitó a las reglas ni a la cantidad. El mismo artista Robert
Rauschenberg, catalogado como precursor de este movimiento, afirmaba en
una entrevista que le interesaba “hacer buen periodismo” (Romera, 1965, p.
276). Apropiándose de imágenes de la prensa incorporándolas en su obra y
aplicando pintura sobre su superficie, Rauschenberg denominó su trabajo
con el apelativo de “combines”, una unión accidentada entre serigrafía, collage,
objetos encontrados al azar y pintura de brochazos rápidos con imágenes
de fácil reconocimiento. Los objetos de uso cotidiano como billetes, lla-
ves, zapatos y carteles de publicidad compartieron la misma superficie con
reproducciones de la contingencia política, la carrera espacial, el deporte y el
arte culto: detalles o escenas de pinturas clásicas que aportaban referencias
para unir un puzle de múltiples sentidos. De ese periodo, su obra Buffalo II,
de 1964, cuyo ensamble de imágenes engrandecía el retrato del presidente
recientemente asesinado, John F. Kennedy, constituyó un recuerdo tácito de
su muerte y un mosaico iconográfico, compuesto de un águila, una llave, un
helicóptero militar y un paracaídas de un astronauta, entre otros, generando
una trama de asociaciones simbólicas. Esta imagen apareció reproducida en
revistas en Chile y en el mundo cuando dieron a conocer la polémica noticia
de la obtención por parte del artista del Gran Premio de Pintura en la XXXII
Bienal de Venecia.
En Santiago, el entonces director del Museo de Arte Popular Americano y pro-
fesor de la Facultad de Bellas Artes, Tomás Lago, publicó en la revista Ercilla
el artículo “Escándalo en Venecia”. Luego de un viaje de estudios por Europa,
en donde asistió al megaevento italiano, Lago plasmaba el debate que levantó
principalmente la crítica francesa al verse destronada la escuela de París de
su posición hegemónica, cuyo dominio era ejemplar de los valores artísticos
de la pintura y escultura desde fines del siglo XIX. Por primera vez, el premio
era otorgado a un artista norteamericano y no a uno francés o europeo. En
ese sentido, las obras de Rauschenberg no solo significaban una modificación
y destrucción estética de la pintura —que para muchos fue considerada de
vulgar—, sino que sobre todo alteraba el horizonte geográfico del mundo del
1 Además de Rauschenberg, el pabellón
arte, en el que Nueva York relevaba a París. Lago (1964, pp. 12-13), además de
curado por Alan R. Salomon reunió obras
intentar definir en su artículo el conjunto de obras pop que el pabellón nortea-
de Roy Lichtenstein, Claes Oldenburg, Jim
Dine y Jasper Johns. Para un análisis de la
mericano exhibió1, aludiendo al remplazo de la imitación del objeto cotidiano
producción de la exposición en las salas
del Arsenal, así como de la producción del
“por la realidad de sus motivos y experiencias”, la utilización de “materiales
catálogo y los comunicados, se recomienda
consultar el libro de Hiroko Ikegami Te
deleznables” y, con ello, “la anulación de la trascendencia de la obra artística”,
Great Migrator: Robert Rauschenberg and
the Global Rise of American Art (MIT Press,
citaba las reacciones que las revistas parisinas atribuían a la distinción del
2010).
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Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
artista norteamericano como un “falso dadaísta” y a la de su obra como un
“dadaísmo retrasado”. Aún más: la nota de Lago (1964, p. 13) cerraba con la
sentencia del pintor surrealista Giorgio de Chirico, quien declaraba que el
pop art no se podía juzgar porque no tenía nada que ver con el arte. Como un
combate de críticas y réplicas, el pop art impuso ruido, ruptura y rechazo. Y su
confrontación en Chile no estuvo exenta de repudio por parte de la academia,
la crítica de arte y el periodismo, quienes, en sus distintos campos, sostenían o
encontraban mayores afinidades con la tradición cultural francesa.
Las revistas de arte, música, moda y política replicaron y cubrieron esta
nueva tendencia figurativa como un estado de “máxima reacción contra la
sociedad y las escuelas anteriores”, cuyas fluctuaciones, imprecisiones y, a
la vez, obsesiones dejaba entrever. En esa sintonía, el crítico de arte Anto-
nio Romera (1908-1975)2, en la crónica “En torno al pop art”, elogiaba “los
2 El crítico de arte publicó Asedio a la pintura
chilena en 1969, el primer libro que trataría
pegotes de Rauschenberg” por la actitud moral frente al estado de cosas
la coherencia de temas y grupos artísticos
del género pictórico desde el enfoque de la
insignificantes, por su “desplazamiento hacia dominios sociales sin compro-
“materia creadora” y la “depuración formal”.
Uno de los últimos colectivos en incluir en
miso político” ni jerarquías y, sobre todo, por la “antipintura” del artista al
su libro fue el Grupo Rectángulo, al cual
renunciar a las normas que hasta ese entonces habían sustentado la represen-
destacó por ser “el primer movimiento
constructivo” y por cumplir en 1965 una
tación y el tratamiento del color, el dibujo y la forma (1965, pp. 271-276).
década de vida desde su fundación. Atribuyó
al grupo, como reacción contra la pintura
En ese sentido, Romera apreciaba las obras de Rauschenberg no tanto por su
expresiva, informalista y caótica, la propues-
ta de una pintura abocada al control de las
polémico premio en la Bienal de Venecia como por el “caos representativo”
sensaciones y a la “frialdad asentimental”. En
su libro, Romera no incorporaría las obras
de sus trabajos, que permitía replantear la concepción de la pintura y desafiar
de artistas chilenos jóvenes que tuvieran
cercanías con el pop.
sus comprensiones. Sin embargo, si las obras y la actitud de Rauschenberg
eran intencionalmente citadas en extenso en su ensayo, los cómics de Roy
Lichtenstein eran reprobados por el crítico, debido a su sarcasmo y embau-
cada pretensión de “hacer arte en el sentido tradicional de la palabra” (1965,
p. 276). La polémica para Romera constituía la ausencia de contenido o
ideas, o, en su defecto, la temática “chabacana y pedestre” de esas pinturas
pop, que en su realismo artificial y simple reducían la narrativa de sus figuras
y textos, suplantando posibles definiciones o lecturas por planos y patrones
mecánicamente reproducidos. Sin considerar atributo alguno en las obras de
Lichtenstein ni ofrecer mayores señales sobre su rechazo, Romera deslizaba
un desprecio hacia el lenguaje del cómic por su baja calidad, y, por tanto,
también la imposibilidad de incluirlo en el campo del arte.
Precisamente, la provocación de las pinturas de Lichtenstein radicaba en un
juego con la narrativa, la composición y el color de la tira cómica y la ilus-
tración publicitaria al descontextualizar la historia, maximizar los primeros
planos de las figuras u objetos, exagerar artificialmente sus estereotipos y
construcciones (colores primarios y planos, bordes gruesos, negros y contras-
tados) y emplear los clichés de las emociones en torno al amor y la guerra,
principalmente mediante la representación de la miserable tristeza de mujeres
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Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
esperando o la expresión de miedo de pilotos de avión en el momento de
estrellar al enemigo. Aun con el drama de esas pinturas, la técnica comercial
y el estilo esquemático de producción como máquina industrial vaciaban un
posible espesor emotivo transformando aquellas escenas en ficción popular o
incidentes fantásticos.
Defendido por algunos, pero sobre todo interpelado por muchos críticos nor-
teamericanos, quienes dudaban de que sus piezas pudieran ser consideradas
arte, Lichtenstein, así como su actitud y sus obras, generó varias controversias
en la prensa. Se publicaron reseñas de su trabajo bajo títulos cargados de hos-
tilidad, como “¿Es el peor artista en Estados Unidos?” (Seiberling, 1964, pp.
79-83), y constantemente se repetía el cuestionamiento de si su obra cons-
tituía una burla para los amantes del arte por su falta de imaginación, poesía
y misterio artístico. En ese conjunto de frases desafortunadas para el trabajo
de Lichtenstein, las críticas que apuntaba Romera no eran disparatadas. Más
bien, dejaban entrever una posición alineada al disgusto común entre aque-
llos críticos defensores de un orden modernista que observaban una división
excluyente entre la cultura de masas y el arte, o entre la baja y la alta cultura.
Como señaló la crítica de arte Lucy Lippard (1966, p. 9), “la indignación es-
tuvo acompañada de una profunda decepción por parte de muchos artistas y
críticos” en Inglaterra, Estados Unidos y Europa. Visto desde la independen-
cia respecto de la naturaleza que algunas doctrinas del arte moderno transmi-
tían (Baudelaire, 1859), este arte fuera de lo solemne abría nuevamente un
camino hacia todos los accidentes y deformaciones de la realidad.
En lo que refiere a las prácticas artísticas chilenas de impronta pop, la desca-
lificación de los críticos locales fue aún mayor. A diferencia de Nueva York,
allí no existía una apertura del debate y las discrepancias entre críticos, ni
tampoco un mercado de dealers y coleccionistas influyentes que pudieran
contribuir a la comercialización de las obras. Así, en sus distintas formulacio-
nes, los artistas Francisco Brugnoli (1935), Valentina Cruz (1938), Virginia
Errázuriz (1941), Guillermo Núñez (1930), Juan Pablo Langlois (1936) y,
posteriormente, Cecilia Vicuña (1948) recibieron el malestar de la crítica
ante la aparición de sus obras y exposiciones.
Fuera de los parámetros correctos, académicos o del buen gusto, los artistas
movilizaron inquietudes y cuestionamientos con una actitud de libertad y
abierta experimentación en los agitados años sesenta en Chile. Sus referen-
cias convivieron con la cultura de masas de Estados Unidos, ya fuera al viajar,
residir temporalmente y producir algunas obras en Nueva York o al obtener
e informarse a partir de revistas extranjeras de arte, música y cultura. Sus
trabajos eran, por una parte, una extraña combinación de la estética vulgar
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Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
emparentada con los trabajos de Rauschenberg con la estética pobre de la ca-
lle y el campo, la mala habilidad técnica y el pegoteo de desechos u objetos de
procedencia local y en estado ruinoso. Por otra parte, en su estado más pulcro
y limpio, expresaron, a contracorriente del brillo y el glamour norteameri-
canos, una crítica y denuncia frente a las inequidades sociales, las muertes
producidas por la industria bélica y tecnológica, la propagación de estereo-
tipos y la resistencia a los comportamientos ideologizados. Constituían un
imaginario “poplítico” —como el propio Núñez se autodefinió en los años
sesenta (Ossa, 1966)—; una vertiente en la cual las obras apuntaron direc-
tamente a la violencia de la calle y a una interpelación frente a las injusticias
sociales y políticas. En un ámbito filosófico, visibilizaron el desmoronamiento
de los valores del ser humano y el decaimiento de un humanismo que se veía
amenazado por la abundante supertécnica y el consumo, o, en sus efectos, por
la dominante indiferencia social.
Mientras los jóvenes artistas se apropiaron de objetos, de medios masivos o
del arraigo popular con una actitud provocativa, los críticos asediaron esta
“amenaza” buscando, por un lado, resistir el decaimiento del pensamiento
humanista y la velocidad de los cambios del arte contemporáneo, con la in-
sistencia de mantener los valores metafísicos del arte moderno, y, por el otro,
invalidaron públicamente su existencia mediante la publicación y circulación
de reseñas que desacreditaban sus obras.
En el primer caso, a contrapelo del viraje artístico y la agitación de las refor-
mas sociales que se estaban gestando en Chile y Latinoamérica, la crítica
conservadora solicitó una “función mayéutica” para el arte, es decir, que el
arte fuera “proyectivo, alumbrador y adivinatorio de aquellas tierras incóg-
nitas, sobrantes y oscuras” (Oyarzún, 1969, p. 17). De alguna manera, los
alcances de la abstracción, en particular aquella vertiente expresiva y vitalista
que podría reconocerse en el lenguaje de las esculturas de inspiración ances-
tral e indoamericana de la artista Marta Colvin (1907-1995), canalizaban una
integración entre las fuerzas enigmáticas de la naturaleza, el macizo andino
y las culturas milenarias y el empleo de una materialidad vernácula al utilizar
fielmente materiales nobles como la madera y la piedra (García, 2015). Resi-
dente en París, Colvin constituyó para la crítica un referente sobre las explora-
ciones del arte abstracto, sobre todo al obtener el Primer Premio de Escultura
en la Bienal de São Paulo en 1965 y encumbrarse hacia una “inscripción inter-
nacional” (Mellado, 2015, p. 51). El mismo premio podría leerse como una
adscripción a la tradición de las escuelas francesa (Ossip Zadkine) e inglesa
(Henry Moore) que Colvin conoció en sus años de formación, a lo largo de
los años cincuenta, y que integró durante los años sesenta.
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Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
En el segundo caso, los críticos reconocieron que los artistas jóvenes chilenos
sintonizaban con las transformaciones del arte contemporáneo; sin embargo,
no dejaron de reparar en la actitud destructiva de sus trabajos. Si Romera
(1965, p. 1) los calificaba de “arte populachero” y Ana Helfant (1967, p. 31),
de “arte pesadilla”, otros críticos fundamentaban lo absurdo de su existencia
al no haber surgido de “raíces profundas de la cultura de masas de un país
industrializado” (Anón., 1967, p.25). Encasillada como un arte de “segunda
mano”, la vertiente pop en Chile se percibió como una usurpación extranjera
sin derecho a existir.
Fuera de la institucionalidad museística y en oposición a un movimiento
articulado, la “admisión” de las piezas con carácter pop sucedió a través de
la irrupción de estos trabajos en eventos extraoficiales a la formación acadé-
mica, esto es, en festivales, ferias, concursos, exposiciones al aire libre o en
galerías y espacios privados. Por ejemplo, las obras de los artistas Francisco
Brugnoli y Virginia Errázuriz, quienes fueron integrantes del grupo Los
Diablos, irrumpieron en la VII Feria de Artes Plásticas, realizada en el Parque
Forestal de Santiago en 1965, y desataron, según la crítica, la furia de algu-
nos asistentes, que reclamaron el retiro de sus trabajos por la ofensa de los
pegotes en estructuras sucias, por los tapices hechizos de comentario político
o por la demostración obscena de ropa interior colgada (Lago, 1965). Las
pinturas de Guillermo Núñez y las esculturas de Valentina Cruz se exhibieron
en la galería El Patio (en 1965 y en 1968, respectivamente) luego del replan-
teamiento formal y material de la producción de sus obras tras su estadía
en la ciudad de Nueva York. Núñez participó en concursos auspiciados por
empresas privadas y obtuvo algunos premios, gracias a los cuales la sede de
la Quinta Normal del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Santiago
y el Museo Nacional de Bellas Artes accedieron a exponer su trabajo3. Las
3 Núñez obtuvo el premio CAP en 1964 con
la obra América empieza ahora, un homenaje
obras presentadas eran pinturas que, apropiándose de noticas sobre la guerra
a la Revolución cubana. Luego, en 1967, se
llevó el segundo premio de la Compañía
de Vietnam o de pugnas contra las minorías raciales y obreras, tramaban el
de Refinería de Azúcar de Viña del Mar,
conocido como premio CRV, con su obra
dolor con colores envolventes. El artista exhibió en varios festivales, como el
Take a look around to Selma, Alabama, y,
posteriormente, en 1969, el mismo premio
Festival de Pintura Americana en Lima, Perú, y en exposiciones al aire libre
con la obra Héroes para recortar y armar.
en sectores marginales de la ciudad de Santiago, como la muestra “Vietnam
Agresión” (1967), en la comuna de San Miguel. Aun cuando sus telas no es-
tuvieron libres de algunos altercados polémicos al ser descolgadas, laceradas
y destruidas, el artista gozó de una mayor aceptación por parte de la crítica
(Romera, 1969) que otros de sus contemporáneos, cuyas obras despertaron
en ella altas dosis de desprecio.
En ese sentido, Valentina Cruz fue una de las artistas más severamente critica-
da. En 1965, el mismo año en el que Colvin fue reconocida en la Bienal de São
Paulo, Cruz obtuvo el Primer Premio de Escultura en la IV Bienal Internacio-
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Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
nal de Arte Joven de París con su obra Hombre de pie. Sin embargo, al momen-
to de regresar y exhibir en la Bienal de Escultura en Santiago (MAC, 1967) o
en una de sus primeras exposiciones individuales en la galería El Patio (1968),
fue reprochada por “demoler” los ideales sobre la capacidad plástica, desaten-
der el talento artístico y perder los equilibrios, los valores de la creación y los
sentidos humanos. Parafraseando a la crítica Ana Helfant, Cruz trataba con su
obra de “hacer un antiarte” que se arrastraba hacia objetivos negativos median-
te la representación de la crisis acaecida en aquella época al fallar los valores
modernos del arte (1967, pp. 22-23). Mientras que Helfant consideraba que la
obra de Cruz destruía los valores artísticos y que el talento de la artista era una
engañosa construcción de los medios internacionales tras la obtención de su
premio en París, la propia artista atendía justamente a las fallas, ineficiencias,
destrucciones y vaciamientos de la materia corporal del ser humano que sur-
gieron cuando este fue remplazado por las máquinas y, por tanto, minimizado
al grado cuántico: una cosa, un producto, un número más. Como se comenta-
rá más adelante, las esculturas de Cruz, hechas de pieles metálicas moldeadas
con goma látex a partir de su propio cuerpo, componían gabinetes, botiquines,
paquetes y máscaras, que evocaban un laboratorio portátil abastecido de ma-
trices de seres humanos, instrumentos científicos y asépticos.
2. El estado marginal del arte pop en Chile
Si bien la crítica de arte en Chile en los años sesenta contó con una distribu-
ción en el campo universitario y en los soportes de prensa escrita4, autores
4 Además de Romera y Oyarzún, en el ámbi-
to universitario ejercieron el ensayista Jorge
actuales le han atribuido a sus expresiones una actitud negativa, determinada
Elliot (1916-1974), el escritor Enrique
Lihn (1929-1988) y artistas como Alberto
por los “juicios lapidarios” tanto hacia el arte abstracto como el figurativo
Pérez (1926-1999); en la prensa escrita,
hicieron lo propio Nena Ossa (1922) y
(Galaz e Ivelic, 1988, p.70), y un aislamiento respecto de los debates latinoa-
Marina Latorre (1935).
mericanistas del momento (Mellado, 2015). Sin embargo, han sido escasos
los reconocimientos en la actualidad sobre el carácter de las obras de los artis-
tas y el contexto que motivó la rebeldía juvenil y la experimentación. Aunque
son varias las razones que informan del estado marginal en el que se han
mantenido estas prácticas hasta la fecha, dos de ellas destacan especialmente
por la trascendencia del eclipse de sus formas.
La primera, ya comentada y más evidente, constituyó aquel apernado ejercicio
por parte de la crítica de defender el canon del arte moderno europeo. Esta tra-
dición no daba cabida al relato de los conflictos sociales, el cual, sin embargo,
animaba a los artistas a volcarse en las revueltas en Latinoamérica, por ejemplo,
en los enfrentamientos populares y callejeros que tuvieron lugar desde fines
de los años cincuenta en Santiago (Salazar, 2006). Asimismo, las consignas e
invocaciones prerrevolucionarias fueron una fuerza vital luego del triunfo de la
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Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
Revolución cubana y el forcejeo a nivel mundial que las ideologías comunistas
y capitalistas enfrentaron geopolíticamente para posicionar sus obras.
Al igual que muchos países latinoamericanos, Chile vivió una modernización
económica acelerada que buscaba incrementar la productividad agrícola, las
exportaciones, la profesionalización y la condición salarial en las industrias
mediante dos pilares estructurales: la reforma agraria en 1962 y la universi-
taria en 1968. En ese proceso transformador, la modernización en el campo
universitario condujo a una serie de pugnas en la Facultad de Bellas Artes
de la Universidad de Chile, donde a inicios de los años sesenta una fracción
de académicos y estudiantes apelaron a una formación y una vocación de
los artistas más estrechas con los problemas de la vida social y al servicio del
pueblo, así como al compromiso político, a la denuncia y al trabajo junto a los
más explotados, en vez de a un perfil académico subordinado a los intere-
ses corporativos de la educación, las industrias y el bienestar de la sociedad
(García, 2018).
Este ánimo estimuló una inmersión en la realidad y la creación de obras con
un auténtico rostro local o latinoamericano. Los artistas expresaron su incon-
formismo frente a las jerarquías y doctrinas de la tradición modernizadora de
las Bellas Artes, reaccionaron contra el culto burgués de la pintura de caballe-
te y la utilización de materiales nobles para la escultura, y los remplazaron por
materiales industriales, por el uso de reproducciones de los medios de masas
tanto nacionales como internacionales, por una arqueología del desecho y sus
metáforas de la pobreza, por la obtención y circulación fácil y barata del cartel
o afiche. Esta producción artística de mediados de los sesenta cobró vigor
y fuerza durante las campañas del Frente de Acción Popular (FRP), y se
intensificó aún más con el advenimiento de la Unidad Popular y el gobierno
socialista y democrático de Salvador Allende entre los años 1970 y 1973. Si
bien existió una posición política de los artistas más cercana a la izquierda, su
adhesión tendió hacia una militancia social; un apoyo moral y activo más que
una retórica dogmática e ilustrativa de los partidos.
La segunda razón que explica la desaparición de los rastros del arte pop en
Chile constituye la borradura y autocensura historiográfica y teórica tras
el golpe de Estado de 1973 y su extensa duración hasta 1990, que obligó al
silencio de temáticas revolucionarias y de las acciones políticamente com-
prometidas de muchos artistas. En el trascurso de los primeros años de la
dictadura militar, los artistas opositores al régimen fueron exonerados de sus
cargos universitarios (Brugnoli y Errázuriz), torturados y forzados al exilio en
el extranjero (Núñez), o se refugiaron en un autoexilio físico o interior tanto
en Chile como en otras partes del mundo (Cruz). Al distanciamiento geográ-
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Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
fico y físico de los artistas se unió el alejamiento y la privación del arte de los
discursos de la realidad social. En el intersticio de los años setenta y ochenta,
prevaleció un arte recluido al mundo privado (museos, galerías y universi-
dades), con esporádicas intervenciones de colectivos artísticos en la calle.
Con un lenguaje basado en los signos y envuelto en lecturas conceptuales, se
instaló el discurso de la “avanzada” o un itinerario “no oficial” del arte a partir
de la publicación de Nelly Richard Margins and Institutions, en el journal Art
& Text publicado en 1986. Tal como señala Polgovsky (2014, p. 135), en este
discurso existió un “desplazamiento de filiaciones estéticas y metafísicas”
para dar énfasis a una lectura desde un lenguaje semiótico a un conjunto de
obras de artistas, entre las que se incluyeron las de Eugenio Ditborn y Carlos
Leppe, cuyas exploraciones se abocaron a las brutalidades y el trauma de las
desapariciones en los tiempos del régimen, a los signos de las huellas, a los so-
portes técnicos y los procesos materiales, y a la impronta de los cuerpos desde
los cruces de la gráfica, la fotografía, el vídeo, la instalación y la performance.
El poder de ese discurso y de las prácticas artísticas después de 1973 tuvo un
legado en la formación artística e historiográfica desde los años noventa hasta
la fecha, lo que desembocó en el olvido de aquellas convicciones y revueltas
que exaltaron con color y mensajes directos los conflictos artísticos y sociales
de la larga década de los años sesenta (1960-1973). Cubiertos por una tabula
rasa histórica, se podría conjeturar que existió rechazo e incomodidad por
atender y abrir aquellas viejas discusiones que quedaron hechas pedazos con
el golpe. Frente a esa desmemoria voluntaria o inconsciente de los relatos,
se busca recuperar algunos de esos restos pop que han sobrevivido en las
obras y relatos de los artistas; en sus posiciones, actitudes y preguntas. Así,
las siguientes líneas intentan explorar a modo de síntesis algunas de las piezas
realizadas por los artistas Francisco Brugnoli, Virginia Errázuriz, Guillermo
Núñez y Valentina Cruz en la segunda mitad de los años sesenta, previamente
al gobierno de la Unidad Popular, con el fin de acercar la distancia temporal
de estas obras relegadas, estableciendo el horizonte social que cruza el arte
pop con un imaginario popular y político.
3. Del imaginario popular del pop a las políticas del cuerpo
En un ambiente político altamente polarizado y socialmente efervescente
para los jóvenes artistas, aparecen las primeras incursiones del pop en la VII
Feria de Artes Plásticas en el Parque Forestal. Francisco Brugnoli y Virginia
Errázuriz, ambos estudiantes de la especialidad de Pintura en la Facultad de
Bellas Artes de la Universidad de Chile, presentaron sus “pegoteados” y “tapi-
ces”, respectivamente, y, con ellos, generaron la indignación en el público y los
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Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
medios de prensa. Las obras despertaron un total desconcierto por la utiliza-
ción directa de desechos y residuos encontrados en la calle, como sucedía en
las piezas No se confíe, de Brugnoli, y Sin título, de Errázuriz, ambas de 1965.
La nueva anatomía de sus trabajos se componía de la defectuosa aplicación de
pintura o costura sobre retazos de telas rotas o tableros de madera encontra-
dos y de la unión de un sinnúmero de plásticos, bolsas y recortes de la prensa:
una intersección de collages fuera de regla y un montaje de objetos en estado
de ruina con una potencia viva y un discurso ácido sobre las contingencias
locales que afectaban colectivamente.
El empleo de arpilleras, sacos y trapos de telas en las piezas de Errázuriz
emergió desde la cotidianeidad familiar, el imaginario doméstico y de la reco-
lección de objetos o desperdicios de la calle: el nuevo paisaje urbano provisto
de información publicitaria y comercial. Los tapices —como los llamaría la
artista— representaban un conjunto de personajes y rostros populares anó-
nimos, cercanos o familiares a ella, como Mi tía lánguida (1966, fig. 1) o El
Goyito (1967, fig. 2), y estaban compuestos de restos de géneros, lanas, pantis
y objetos destruidos y en desuso que, al ser hilvanados y unidos, lucían en
general una distorsión graciosa y sarcástica del cuerpo femenino y masculino.
La agudeza manual y estética se encuentra en las expresiones de los rostros,
en el arreglo de las vestimentas o en una descripción de las topografías inte-
riores del cuerpo por medio de las superposiciones de trapos.
Usualmente, en la historia han existido varias metáforas y mitos en torno a los
usos de las telas, los hilos y los géneros en el textil en relación con la precarie-
dad de la existencia humana, a sus asociaciones a un oficio menor asignado a
tareas femeninas, a las reparaciones de los estados de violencia, a las presen-
cias inmateriales y fantasmagóricas de la memoria, entre otros. En el caso de
las semánticas sobre los sacos, trapos y arpilleras, las metáforas rondan en la
5 La artista y folclorista Violeta Parra (1917-
pobreza del material como un signo alegórico de las representaciones de lo
1967) fue pionera en la creación a partir de
las costumbres rurales chilenas, entre ellas,
popular, lo propio, o de las carencias y los harapos de los más marginados. En
el bordado sobre arpillera. Artistas como
Alberto Pérez (1930-1998) incluyó en sus
el Chile de los sesenta, el uso de sacos y arpilleras se transformó en un emble-
obras bautizadas como “barricadas” retazos
ma artístico para dar cuenta del pueblo y la revolución5.
de sacos y arpilleras, mientras que Roberto
Mata (1911-2002) utilizó la arpillera
mezclada con tierra como una base para sus
pinturas en los años setenta, cuando visitó
En el caso de las obras de Errázuriz, sus tapices y objetos excedieron los lími-
en el sur de Chile a los afuerinos, aquellos
a quienes el expresidente Salvador Allende
tes tradicionales designados al textil para desarropar tabúes sobre el género,
se refirió en su discurso sobre la reforma
agraria como “chilenos sin tierra, viviendas,
sus estereotipos impuestos en el hogar, en el arte, en la moda y en la sociedad
derechos de previsión, al margen de toda
en general. Proveniente de una familia de clase alta y de un ambiente ani-
protección legal y en condiciones infrahu-
manas de existencia” (Allende, 1971).
mado por la discusión política6, la artista creó unos tapices e instalaciones
6 De acuerdo a la entrevista realizada a la ar-
que, como los accesorios que aplicó en ellos (parquet y timbres de madera),
tista en mayo 2016, en los años cincuenta su
madre, Virginia Guilisasti Tagle, fue una de
las primeras presidentas del Partido Liberal
surgían, entre otros, del propio espacio y pasatiempo de su círculo familiar.
de Chile. Asimismo, su familia ha tenido un
rol activo en la política chilena.
Los decorados de una casa burguesa y las manualidades de bordado conce-
59
Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
Fig. 1. Errázuriz, V., 1966. Mi tía lánguida. [tapiz, fotografiado por L. González]
(Santiago de Chile, colección particular).
fig. 2. Errázuriz, V., 1967. El Goyito. [tapiz, fotografiado por L. González]
(Santiago de Chile, colección particular).
60
Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
didas usualmente a una mujer de su tiempo y posición fueron destrozados y
recompuestos físicamente. El resultado, a contracorriente de lo aceptado, fue
un acabado de piezas cuyas terminaciones eran defectuosas, deshilachadas
e incompletas. El énfasis en el oficio incorrecto y la mala habilidad técnica
en Errázuriz pueden interpretarse como una autodeterminación por diluir
las fronteras que separan los ambientes de la élite y las lógicas del arte con
respecto a las masas, sobre todo si se considera la sensibilidad comprometida
y creativa de los artistas por estrechar lazos con la realidad y su adherencia
activa en la militancia social7.
7 Tanto Errázuriz como Brugnoli apoyaban
las transformaciones sociales, principalmen-
te la emancipación de los trabajadores que
vivía el país, a través de sus exposiciones e
Al desafío de eliminar esas fronteras entre el arte y la vida se suman las
intervenciones desde su participación en el
Frente de Acción Popular.
estructuras pedagógicas de la institucionalidad del arte. En los años sesenta,
comprender los tapices de Errázuriz como pinturas significaba descompo-
ner el modelo pictórico de la ilusión, su naturaleza estática, su composición
verosímil, su recepción centrada en la contemplación. Significaba, en retros-
pectiva, desechar y quebrar un monopolio artístico y patriarcal de las conven-
ciones de la pintura. Si bien Errázuriz contaba con una formación universi-
taria tanto en la pintura como en la gráfica, sus tapices se volcaban hacia los
materiales propios de los oficios de la artesanía (arpillera) y el diseño textil
(la costura manual de telas). Una de sus piezas que demuestran la mezcla de
lenguajes artísticos y artesanales es el tapiz Sin título, de 1965, el mismo que
generó aquel escándalo en la Feria de Artes Plásticas (fig. 3). La expresividad
de este retrato anónimo adquiere varios rasgos y significados sobre el imagi-
nario popular en el contexto de las desigualdades sociales que, de acuerdo a la
artista, se encubrían a favor de los progresos económicos. La trama del sujeto
popular fue retratada por Errázuriz sin exaltación ni singularidad individual:
más bien compuso un rostro genérico que fluctuaba entre máscara y mama-
rracho8, y cuyas expresividades se basan en una “piel” de arpillera, esto es,
8 Tal como señala Josefina de la Maza en su
libro De obras maestras y mamarrachos, el
en un aspecto mestizo de la piel, además de en un variado uso de trozos de
término “mamarracho”, en su uso coloquial
en Chile, refiere a “una persona o un objeto
telas de colores rosados y celestes superpuestas por medio del hilván y que
extravagante, desaliñado o imperfecto”
(2014, p. 23).
dan a conocer la personalidad interior de un retratado pobre. En la frente del
personaje se encuentran adosados a la arpillera un pequeño envase plástico
de pastillas y parches que parecen delimitar la herida provocada por el ataque
simbólico de un pequeño avión celeste de juguete, situado sobre la imagen
del expresidente Eduardo Frei Montalva (hoy desaparecida).
Las indicaciones directas en contra de Frei Montalva ya habían sido utilizadas
por la artista en la pintura-valla-defensa 2, 2, 2, de 1964 (fig. 4), donde mate-
rializó la amenaza ideológica de la candidatura del que fuera presidente entre
1964 y 1970 mediante un ensamblaje triangular de listones de madera sobre
los cuales incorporó pintura roja y textos como “peligro”, “222” o “Frei Frei”.
Los números aludían al registro electoral de Frei, quien, siendo representante
61
Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
fig. 4. Errázuriz, V., 1964. 2, 2, 2. [pintura-valla-defensa, fotografiada por L. González]
fig. 3. Errázuriz, V., 1965. Sin título. [tapiz, fotografiado por L. González]
(Santiago de Chile, colección particular).
(Santiago de Chile, colección particular).
62
Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
del Partido Demócrata Cristiano, disputó la candidatura presidencial, entre
otros, con Salvador Allende, candidato de la coalición de partidos de izquierda,
el FRP. En medio de la campaña conservadora y anticomunista de Frei Mon-
talva, conocida como la “campaña del terror”, Errázuriz realizó 2, 2, 2 en los
últimos años de sus estudios en la Escuela de Bellas Artes, con el objetivo de
denunciar la agresividad política del programa de Frei Montalva. El peligro que
observó Errázuriz era el control social de las masas populares a través de un
Gobierno con interés empresarial que se camuflaba en un Estado democrático.
De esta manera, el imaginario popular del pop en Chile se podría ubicar en
oposición a la afirmación y el gusto de una cultura artificial y mediática de la
cultura de masas —encontrados, por ejemplo, en las pinturas de Lichtens-
tein— para, más bien, apropiarse y alterar ese universo de fantasías sociales,
políticas y económicas a modo de antídoto con el que desconfiar, remecer y
denunciar los espejismos que los nuevos objetos de consumo comenzaban
a encantar. En esa misma línea y desde una perspectiva humanista, anticolo-
nial y en medio de las reivindicaciones de las masas postergadas, existieron
debates por parte de los artistas sobre los adoctrinamientos que el pop art
norteamericano inculcaba. Para el artista e historiador del arte de izquierda
Alberto Pérez (1970, p. 15), la propagación de las obras de artistas como
Jasper Johns, Claes Oldenburg, Andy Warhol y Rauschenberg encarnó y ejer-
citó “la destrucción del hombre”. Contrario al valor de los objetos de plástico
que producía e importaba la industria moderna de Estados Unidos, Pérez
(1970, p. 14) observaba en las obras de esos artistas “el elogio al enanismo del
hombre”, es decir, una extrema valorización al gran tamaño de los envases de
Coca-Cola, conos de helados o chicles que, en su magnitud, generaban una
insignificancia humana. Esta sobreabundancia material y escala monumental
de las obras propiciaría un debate que diferenciaría las resonancias y la validez
del arte pop en otras ciudades del mundo, y no solo en América Latina, sino
también en Inglaterra y Europa en general.
Asimismo, si las esculturas colosales, de plástico y colores estridentes de
Oldenburg conjugaban un ambiente inerte de comida y objetos hogareños
(Crow, 2014), en Chile, las obras objetuales del artista Francisco Brugnoli se
abocaron a intensificar el componente humano a través de las condiciones
publicitarias de los alimentos importados y su brecha con la pobreza infantil
o las purgas de restos de plásticos como excrementos expulsados y reventados
a partir de la confección de cuerpos. Obras como Los alimentos (1965) acer-
caban al espectador a observar un collage donde confluían los lados opuestos
del deseo: la cotidianeidad atractiva de la comida y una constante repetición
de fotografías de niños pobres. La mayoría de sus trabajos de los años sesenta
corresponden a instalaciones saturadas de objetos inútiles y sucios; una pro-
63
Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
testa y advertencia sobre las causas de muertes producidas de manera no na-
tural, es decir, muertes producidas por accidentes, enfermedades y pobreza, a
partir de la fantasía y la posesión insaciable de objetos de consumo: bicicletas,
autos, envases de medicamentos y alimentos.
Una de las características que une a los autodenominados “pegoteados” de
Brugnoli es la centralidad que adquiere en cada uno de sus trabajos —No se
confíe (1965) o Siempre gana público (1966, fig. 5), entre otros— el hombre
invisible y solo. A partir de overoles y mamelucos, Brugnoli instalaba un
bulto de ropa abierto o reventado desde donde sobresalían los despojos de
plásticos, semejantes a trozos desperdigados de una columna vertebral. Como
explicó Brugnoli (1989, p. 8), sus obras y las de Errázuriz provocaron un
horror al momento de mostrase, pues en ellas quedaban expuestos “el des-
parpajo y la exhibición brutal de materiales de desechos —la recolección de
los tesoros de una sociedad en vías industriales, en la cual se atesoran envases
de yogur, cajas de huevos, envases de medicamentos—; todos objetos cuya
posesión maravillaba por la señal de participación en el mundo de bienestar
que anunciaban”.
Fig. 5. Brugnoli, F., 1966. Siempre gana público. [“pegoteado”, fotografiado por L. González]
(Santiago de Chile, Museo de Arte Contemporáneo Universidad de Chile).
64
Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
La conmoción frente a la muerte y la desaparición de una identidad indivi-
dual y colectiva que se repetía diariamente constituían un escudo de resisten-
cia y contención por parte de los artistas en Chile a la hora de reconciliar la
realidad con el arte. En otro contexto geográfico y abiertamente publicitario,
la obra y la actitud de Warhol y, en particular, su fabricación “impersonal y
desagradable de América” en la serie Death and Disaster (“Muertes y desas-
tres”) reafirmaban las sensaciones de indiferencia al retratar con un desapa-
sionado tratamiento a celebridades como Marilyn Monroe, Elvis Presley o
Jackie Kennedy. Lo que para Warhol (1963, pp. 103-104) eran hechos que
promovían una máquina de producción en la que el tiempo, la muerte y la
historia eran consumibles, para los artistas latinoamericanos eran nauseas de
incomprensión, inconformismo y contestación.
Similares fueron las reacciones de los artistas Guillermo Núñez y Valentina
Cruz, quienes coincidieron durante una estadía en Nueva York. Núñez, de 35
años y pintor, decidió viajar a Estados Unidos motivado por la presentación
que realizó en Santiago José Gómez Sicre, jefe del Departamento de Artes
Visuales de la Organización de los Estados Americanos (OEA), en la que
promovió las últimas tendencias artísticas en Nueva York9. Cruz, de 25 años y
9 En los años sesenta, la denominada Alianza
para el Progreso convocó concursos en
escultora, visitó a su hermana, empleada de las Naciones Unidas, y consiguió
América Latina y dio un gran impulso al
Departamento de Artes Visuales de la OEA,
un taller en el sótano de una gran casa en cuyo último piso donde residió el
con oficina en Washington. Por otro lado, el
enfoque más cercano a lo estadounidense
artista Nemesio Antúnez, quien en esos momentos era agregado cultural de
lo representó el cubano José Gómez Sicre,
Chile en Estados Unidos. Nueva York fue una ciudad de contacto y reunio-
funcionario de la OEA y director del antiguo
Museo de Arte Panamericano. Según el
nes entre artistas chilenos y latinoamericanos10, de nutridas visitas a galerías
profesor Ramírez Nieto, desde el norte se
modeló un concepto unilateral sobre lo que
y museos, de reconocimiento de las calles con abundante basura, comercio,
debía ser lo latinoamericano y el prototipo
de arte que se debía producir.
noticias en los diarios y la televisión. También fue una ciudad de inquietante
10 En esos momentos, los artistas que se
trabajo monástico y experimental. Mientras que Guillermo Núñez absorbió
encontraban en Nueva York eran Eduardo
Martínez Bonati, Carlos Ortúzar, Juan
en sus pinturas las sensaciones de destrucción, los horrores y víctimas pro-
Downey, Iván Vial, Sergio Castillo, Enrique
ducidos por la guerra de Vietnam y los conflictos raciales en Estados Unidos,
Castro-Cid, Juan Gómez Quiroz y, en
ocasiones, Roberto Mata.
Valentina Cruz quedó asombrada por el ambiente y el ritmo de una vida fría,
inhumana, de máxima eficiencia y de trato impersonal. Cada uno generó una
producción en Nueva York y un cambio material en la distribución de sus
figuras, colores y motivos. Núñez, en sus pinturas testimoniales —en Diseño
para la muerte de Joe (fig. 6) y El último sueño de Joe (fig. 7), por ejemplo, am-
bas de 1966—, se acercó a la composición de la historieta utilizando repeti-
tivamente las mismas fotografías en blanco y negro, acentuando la intensidad
y degradación de rojos y rosas para los rostros, mientras que acudió a los
blancos ahuesados para las figuras más sensibles, a las que, en sus palabras,
“les dolerán los colores de los lados” (1993, p.77): aquellos intensos azules,
verdes y amarillos. Núñez (1993, p. 30) buscó “revivir el instante mismo
de dolor junto a su representación y documento (fotografías de revistas y
diarios)” con el propósito, por una parte, de retener y envolver en colores la
65
Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
Fig. 6. Núñez, G., 1966. Diseño para la muerte de Joe. [pintura, fotografiada por L. González]
(Santiago de Chile, Museo Nacional de Bellas Artes).
Fig. 7. Núñez, G., 1966. El último sueño de Joe. [pintura, fotografiada por L. González]
(Colección David y Rita Hughes).
66
Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
mirada del observador y, por otra, de generar un distanciamiento frío sobre
los impactos violentos de una víctima como Joe; un joven que, como millo-
nes de ellos, fue enviado a la guerra.
Tanto en la pintura de Núñez como en las esculturas de Cruz coexistió un in-
terés cuidadoso por las expresiones y comportamientos de una de las cavida-
des más activas y conectoras entre la piel, los sonidos y las profundidades del
cuerpo: la boca. La apertura desgarradora de las bocas y sus ecos congelados
en las pinturas de Núñez se encontraron en los volúmenes de Cruz, en una se-
rie de creaturas animadas y emociones encapsuladas en frascos de medicina.
Como objetos de laboratorio clínico o como paquetes eficientes, sus objetos
de 1966, Botiquín de primeros auxilios, Evolución de un beso, Pieles de mujeres
fieles a ser examinadas por el doctor de turno (fig. 8) y Marque déposée, son
repeticiones de bocas y pieles aprisionadas en frascos de vidrios y soportes
metálicos que fueron aislados del ambiente natural. Cruz utilizó su propio
cuerpo como matriz para moldear la goma látex y obtener una flexibilidad del
material para condensar, reprimir y aplanar violentamente las formas corpo-
rales. Semejantes a las obras de Virginia Errázuriz, podemos inferir que en las
de Cruz las políticas del cuerpo femenino fueron abordadas desde las divisio-
nes laborales de género, desde su cosificación y sustitución dejando entrever,
también, la piel como cadáver o como resto de un cuerpo.
Estas problemáticas surgieron de sus vivencias en Nueva York, ante el asom-
bro que le produjo el tratamiento del ser humano como cosa, en el que las ca-
pacidades afectivas y emotivas y las sensibilidades humanas se transformaban
o sucumbían en sus expresiones y aparecían, por el contrario, como unidades
comparables y uniformes. Estas experiencias estuvieron, además, mezcladas
por una fascinación por las nuevas tecnologías y los materiales que facilita-
ban la experimentación y que proporcionaban colores artificiales y planos,
dando a entrever sensaciones frías. Así, obras como Marque déposée (“Marca
registrada”), donde se representan extremidades del cuerpo humano —pies,
manos y rostros en expresión de contorsión y asfixia—, fueron envueltas en
un paquete metalizado y acordonado, asemejándose a una valija abultada de
cuerpos encerrados.
La opresión de la vida del ser humano materializado en sus múltiples lugares
y dominios constituyó una problemática transversal para los artistas chilenos.
Ya fuera como un cuerpo popular y pobre, en las obras de Errázuriz; destrui-
do, en el caso de Brugnoli; deshuesado, en las pinturas de Núñez, o dérmico y
superficial, en las esculturas de Cruz, la inquietud de sus expresiones frag-
mentadas, reventadas y sofocantes daban a conocer las intensidades de un
tiempo en el que la realidad destructiva de tecnologías y guerras era apropia-
67
Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
Fig. 8. Cruz, V., 1966. Pieles de mujeres fieles a ser examinadas por el doctor de turno. [escultura, fotografiada por L. González]
(Santiago de Chile, Museo de la Solidaridad Salvador Allende).
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Inmaterial 07. Soledad García Saavedra
da y materializada desde la denuncia ante la catástrofe del ser humano. Las
complejidades de estas problemáticas merecen ser atendidas en profundidad,
sobre todo considerando preguntas en torno a los giros materiales y discursi-
vos desde las propias agencias; las respuestas artísticas al fervor revoluciona-
rio antes y durante el gobierno de la Unidad Popular y sus derroteros luego
del golpe militar.
Si bien muchos de estos artistas recibieron una atención negativa en su
momento, con este texto se pretendía aportar algunas distinciones sobre las
actitudes agresivas tanto de la crítica como de los artistas en la coyuntura
de las luchas sociales y el statu quo del arte. Asimismo, los contrapuntos con
un arte pop del norte aportaron distinciones para generar coincidencias y
comparaciones con el sur: el repertorio y la circulación material de la cultura
de masas proveyeron una mediación e inspiración común para los artistas,
para quienes la temática de la muerte se transformó en una obsesión usual;
sin embargo, sus obras abrieron direcciones opuestas. Si los artistas de la
metrópolis del arte y el comercio fueron indiferentes a la interioridad de las
emociones y las expresiones (y, más bien, generaron una distancia a través
de la reproducción y repetición de las formas obtenidas de las revistas y la
televisión), los artistas del sur resistieron la extinción de las emociones y las
sensaciones en tiempos en los que la empatía con la solidaridad social agitaba
conexiones con el entorno real. En ambos casos, y en sus distintos contextos,
las obras rompieron los moldes del arte y despertaron la furia de sus asisten-
tes. La carencia de la aceptación de un pensamiento y práctica diferentes en
Chile, además de los años de represión política durante y después de la dicta-
dura, hizo que las historias y relatos de las obras de los años sesenta quedaran
como meros espectros de una utopía incumplida. Precisamente son las rutas
divergentes, apasionadas y rabiosas del arte pop en Chile las que requieren ser
escuchadas para interrogar y comprender los cambios sociales que hoy nos
afectan colectivamente.
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Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
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Inmaterial 07. Furia pop. Recepción crítica y exploraciones de un imaginario
popular en el arte de los años sesenta en Chile
Soledad García Saavedra es curadora
(Goldsmiths College, University of London) e
historiadora del arte (Universidad de Chile). Es
coordinadora de Programas públicos del Museo
de la Solidaridad Salvador Allende (MSSA). Sus
proyectos de curaduría como Pop crítico y la
Emergencia del pop. Irreverencia y calle en Chile
(MSSA, 2016) y de investigación (Clark Art
Institute, 2018; Fondart, 2019) abordan los cruces
críticos del arte pop y la cultura popular en los
años sesenta. Fue coordinadora del Centro de
Documentación de las Artes Visuales del Centro
Cultural La Moneda y editora de los libros Ensayos
sobre Artes Visuales (2010-2016).