Contenedores que
vomitan recogedores
Roc Albalat
Inmaterial 02. Contenedores que vomitan recogedores
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Inmaterial 02. Roc Albalat
Inmaterial 02. Contenedores que vomitan recogedores
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En la fotografía vemos a un esforzado recogedor salir de un contenedor.
Entendemos la imagen en este sentido porque partimos de una mirada
que tiende a poner el acento en la acción humana. Sin embargo, la fo-
tografía está publicada por José Antonio Millán en una web que lleva el
título Lo que vomitan los contenedores (Millán, 2014). El sentido figurado
nos indica que es como si el contenedor vomitara al sujeto. ¿Pero es
realmente un sentido “figurado”? ¿o se da realmente la acción del objeto,
que induce al recogedor a ser vomitado? El término vomitar, procede de
la raíz latina vomitāre, el significado del cual era arrojar, lanzar o condu-
cir hacia afuera algo. Esta acepción también se aplicaba al tránsito por
los pasillos, entradas y salidas (vomitorium) por los que se accedía a los
anfiteatros y circos en la Antigua Roma. Hoy en día seguimos em-
pleando la palabra vomitorio para referirnos a los accesos a los estadios,
diseñados para conducir grandes aglomeraciones de personas. Por tanto,
cabe pensar en cierto tipo de agencia que permite que los equipamien-
tos arrojen, lancen o conduzcan personas, mediante un diseño que facilite
tal vómito.
El autor de la fotografía del contenedor la ha publicado bajo el epígrafe
El recogedor de metal como Jonás, comparando al recogedor con el profeta
bíblico que fue vomitado por un gran pez, después de tres días y tres
noches en su interior. En el relato del Antiguo Testamento, Jesús asimila
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tal milagro al de su propia resurrección (Biblica, 1999). La resurrección
del recogedor, vomitado por el mobiliario urbano es una imagen suge-
rente que nos permite renovadas lecturas, tiene la ventaja de ofrecernos
una visión más nítida de las acciones de un dispositivo. Nos permite
distinguir las normativas que franquean cuerpos y aparatos, así como
la problematización de sus efectos políticos, estéticos y sensoriales. Si
entendemos el objeto (contenedor) como inscripto en un juego de poder,
su diseño se revela bajo una función normativa (vetar al recogedor). Con
este propósito, el diseño del contenedor integra un vomitorio. Se trata de
una emergente función estratégica, requerida por los lobbies de empresas
que rentabilizan la recogida de residuos urbanos. Veamos un ejemplo:
“Se han convocado dos concursos abiertos a empresas
y universidades de diseño cuyo fin es el diseño de
dispositivos que impidan o dificulten el hurto de
material en los contenedores” (Ecoembes, 2014).
El veto a otros beneficiarios de la actividad de recogida está implícita en
las instrucciones del diseño. La forma del contenedor, su estructura, se
diseña delimitando las capacidades de afectación ante los cuerpos con
los que ha de interactuar. Si se consigue un buen diseño, en los términos
establecidos por el concurso, el contenedor vomitará más recogedores.
El sociólogo Michael Callon afirma que “los objetos técnicos pueden,
más o menos explícitamente, definir y distribuir los roles para los seres
humanos y no humanos” (Callon, 1991, p. 137). En el proyecto de con-
tenedor, los roles se distribuyen de la forma siguiente: se ha de facilitar
el ingreso de cuerpos no humanos, así como impedir el paso a cuerpos
humanos.
Ingreso de cuerpos no humanos
Marx comienza el libro uno de El capital afirmando que el modo de
producción capitalista se presenta “como una inmensa acumulación de
mercancías” (Marx, 2010, p. 43). En las aglomeraciones urbanas del
capitalismo avanzado, tal acumulación genera cantidades inflacionistas
de basura (un problema agravado por las estrategias comerciales orien-
tadas a la obsolescencia programada). La emisión de contaminantes
en vertederos e incineradoras se relaciona con un estado de excepción
ecológica, que carga de responsabilidad a nuestra especie ante el resto
del planeta (Braidotti, 2013, p. 83). No obstante, en virtud de la movili-
zación que genera, el relato medioambiental tiende a ser fagocitado por
una estrategia que propone afrontar el colapso desde el urbanismo y las
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políticas urbanas. Es el discurso de la ciudad inteligente y su construcción
de marca. La smart city promueve un espacio urbano donde lo general
llama a lo particular a adaptarse a ambientes ya programados, y lo hace
mediante el despliegue de nuevos estándares:
Se trata de unos contenedores aún más inteligentes,
pensados para garantizar la buena separación de los
residuos. Disponen de un acceso controlado con una
tarjeta magnética que registra a qué hora se ha abier
to, el usuario o la cantidad vertida. Y envía estos datos
a los centros de control. Así, los municipios pueden
usar esta información para premiar o penalizar a los
usuarios (Tort, 2013, p. 5c).
El diseño de las infraestructuras se basa en un sofisticado conductismo,
que incorpora sistemas de compensación y exige la complicidad del
usuario. La socióloga Patricia T. Clough define dichas técnicas como
“mecanismos que (…) traducen la difusión de procedimientos buro-
cráticos competitivos, de control y de mando político, en términos de
protección de la vida de la población” (2008, p. 18). El lenguaje promo-
cional de la ciudad inteligente apela al interés colectivo de no agravar
la problemática ambiental (Albalat, 2016) y traduce dicho interés en
términos de monitorización, premio y penalización. Sin embargo, me
dispongo a argumentar cómo tales mecanismos están concebidos, no
como un dispositivo ecológico, sino como una forma de explotar econó-
micamente la actividad del usuario.
El reciclaje es una actividad esencial para los modos de producción y
de consumo. Un proceso al que Deleuze y Guattari (1993) denominan
phylum o linaje tecnológico: las estrategias dedicadas a la explotación de
la potencia transformadora de la materia (la posibilidad de refundirla
y de reutilizarla). Por ejemplo, mediante su reciclaje, el metal muda su
condición de desecho y es transformado en un nuevo producto o en
un engranaje. El contenedor es, en este sentido, el objeto que marca
el umbral entre la materia sobrante de la maquinaria de consumo y el
conjunto heterogéneo de fuerzas que explotará el devenir de su linaje
(herramientas, combustible, puentes, armas, medios de comunicación).
El usuario del contenedor tiene un papel clave en este proceso, realiza
una actividad productiva (separación y almacenamiento de envases) de
la que no es beneficiario. Esto se hace evidente si observamos el modelo
europeo, que ha privatizado la rentable actividad de recogida y reciclaje
de los desechos seleccionados por el ciudadano, mientras carga sobre los
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municipios el coste de gestión de residuos no clasificados1. Es decir, la
1 Directiva europea 2008/98 CE
persona usuaria paga con sus impuestos aquello que no puede ser rein-
troducido en el phylum. Por tanto, la primera función del contenedor de
reciclaje (el ingreso de cuerpos no orgánicos) integra la acción ecológica
a la fluidez de los procesos productivos.
Expulsión de cuerpos humanos
En cuanto al recogedor, ¿cuáles son los procesos que ponen en marcha
su expulsión? El aumento del precio del metal y el cartón (junto con
los efectos de la crisis económica y de las políticas migratorias) han
provocado un aumento notable del número de personas que recuperan
materiales de los contenedores de basura. Una parte de la población que
no puede integrarse en los procesos productivos busca una salida me-
diante el recurso de los desechos. Se trata de una actividad en aumento,
no integrada al circuito estándar del flujo del metal y que es considerada
como un riesgo por el conglomerado empresarial que ostenta el mono-
polio del sector2. Sus capacidades de propiedad y dependencia ven como
2 La recogida de residuos en
España es un negocio contro-
un riesgo la atracción del metal hacia los nuevos conjuntos económicos
lado por un grupo de empresas
que acompañan a la presencia del recogedor. Ante ese riesgo, convocan
multinacionales, todas ellas
multadas por la Comisión
un concurso que pone en marcha el proceso de proyección de un nuevo
Nacional de los Mercados y
estándar: dispositivos que impidan o dificulten el hurto.
de la Competencia (CNMC)
por “repartirse los clientes y las
licitaciones públicas” (CNMC,
La expulsión de los cuerpos humanos del contenedor es una medida
2015).
disciplinaria y de control, que viene a complementar otras medidas poli-
ciales. En el contexto de la ciudad-empresa, se establecen marcos estre-
chamente regulados y punitivos con ciertas formas de vida (la fotografía
del contenedor está tomada en Barcelona, donde la ley prohíbe recoger
basura de los contenedores3), pero la represión institucional no consigue
3 El Ayuntamiento de Barce-
lona prohibe “escoger y selec-
impedir la recogida furtiva de residuos como modo de supervivencia.
cionar los residuos depositados
Para dicho fin, resulta más efectivo integrar las premisas a los lenguajes
en la vía pública, incluidos los
que se encuentran dentro de
de diseño. Se trata de un agente más silencioso, oculto para aquellos
los contenedores”. (Ordenanza
grupos a los que no va dirigido. Al vincular la norma al ambiente urba-
sobre el uso de las vías y los
espacios públicos de Barcelona,
no, la administración de las conductas se ha vuelto más inapelable, más
modificada el 2010).
sólida, más material. Y para materializarse, tiene que ser diseñada.
El imperativo de expulsar recogedores es “un gesto humano depositado,
fijado, convertido en estereotipia y en poder de recomenzar” (Simondon,
1958, p. 155). El filósofo Gilbert Simondon advertía que la propia na-
turaleza del diseño de artefactos se inclina hacia la mitificación. La tec-
nología tiende a trasformar la historia en naturaleza, dado que dejamos
de atender a mecanismos que fueron implementados tiempo atrás. El
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sociólogo Bruno Latour percibe tal efecto y lo condensa en la frase: “la tecnología es la sociedad
hecha para que dure” (1991). Mediante la programación y el diseño de objetos e infraestructuras,
incorporamos al ambiente futuros modelos de relación.
De este modo, el diseño se encarga de actualizar el sistema operativo de la ciudad, introduciendo
nuevos estándares a las infraestructuras, como un refuerzo de la vía administrativa. Mediante la
difusión de tales estrategias, se propicia el efecto de una estetización de los dispositivos norma-
tivos. La aceptación de los términos y condiciones de un diseño user friendly ha venido a substituir
al burocratizado mundo moderno. En la novela El Castillo, Kafka da cuenta de la abominable
presencia de la administración en la vida: “Nunca antes K. había visto en ninguna parte la admi-
nistración y la vida hasta tal punto imbricadas, tan imbricadas estaban que a veces se tenía la sen-
sación de que la administración y la vida habían tomado el lugar la una de la otra” (Kafka, 1998, p.
43). En un mundo donde la gestión de las conductas se vuelve más material, más sólida, parecería
que un buen diseño ha tomado el lugar de la administración para confundirse con la vida.
Observemos de nuevo el prototipo de contenedor anti-recogedores: su diseño incorpora una
mecánica de exclusión y la pone a funcionar (“en poder de recomenzar”). El nuevo estándar es-
tablece la polarización política del objeto. El lenguaje proyectivo integra conductas, elecciones y
valores que quedan encerrados en la arquitectura del contenedor y apartados del debate público.
Se trata de un diseño que oscurece la relación entre los impuestos ciudadanos, la administración
de los bienes colectivos y la inversión en dispositivos de seguridad. Mediante la materializa-
ción de la lógica operativa, se disuelven la disensión y el conflicto en residuos innegociables y
se produce un entorno incuestionable. Con este objetivo se convoca un concurso para diseñar
el contenedor: el encargo a estudiantes y profesionales es el de relacionar los lenguajes técnico y
político hasta volverlos inseparables. Y esta no es una cuestión trivial. Esta confusión inducida
desde el campo del diseño es crucial para entender el actual ciclo económico capitalista, que se
caracteriza, según el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, por “la desregulación de las distinciones
entre lo económico y lo estético” (Lipovetsky, Serroy, 2015, p. 10).
Anti-objetos
¿Es el contenedor el único agente de control infiltrado en el mobiliario urbano? El diseño
anti-recogedores es un ejemplo actual, pero que se enmarca en la larga vocación del urbanismo
moderno por canalizar el control de la conducta en las ciudades. La arquitectura y el diseño han
servido durante mucho tiempo a los intereses de las élites urbanas para programar el acceso, el
control y el uso del espacio por parte de diferentes grupos. El profesor Langdon Winner (1986,
p. 23) nos brinda un caso paradigmático: el urbanista Robert Moses, renovador del trazado de
Nueva York, proyectó puentes bajos en las carreteras para acceder a las playas de Long Island a
la altura justa para que los autobuses no pudieran circular. De esta forma se aseguraba una forma
inapelable de segregación, ya que el acceso estaba limitado al automóvil privado. Un artículo del
historiador Daniele Porreta (2010) traza un conciso recorrido del urbanismo de control en Euro-
pa. Este texto expone cómo el miedo y la inseguridad han influido en la infraestructura de las
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Inmaterial 02. Roc Albalat
ciudades y constata la formación de “una estética de la seguridad que
guiaría la forma de las construcciones (…) El nuevo urbanismo estaría
siempre más dominado por la fragmentación espacial y la segregación
social” (Porretta, 2010). Esta estética de la seguridad ha impregnado el
diseño moderno del mobiliario urbano. Se imponen medidas urbanísti-
cas hostiles ante las conductas incívicas o no prescritas.
Un ejemplo común en Europa es el de los bancos con apoyabrazos (Figura
1). La posición del apoyabrazos impide que la gente esté tumbada. Con
este diseño se quiere evitar que el banco lo utilice para dormir el grupo en
aumento de los sin-techo. El cuerpo del sin-techo incomoda a las insti-
tuciones que gestionan los recursos turísticos en los centros históricos de
las ciudades. En estos puntos conflictivos, donde conviven zonas de ocio
turístico con diversidad de prácticas no prescritas, es donde las agen-
cias de planificación urbanística tratan de dar respuestas operativas a la
condición compleja y turbulenta de la ciudad. En Barcelona, por ejemplo,
el aislamiento y protección del turista (ante las conductas imprevistas de
otros sujetos) determina el diseño de las terrazas en La Rambla: delimi-
tando su área con jardineras, de forma que queden diferenciados y que el
cliente se sienta protegido. Otro ejemplo de esta estética de la seguridad
son las “orejas de cerdo”, el objeto que se muestra en la Figura 2: prótesis
metálicas instaladas en las esquinas que suponen un obstáculo para las
ruedas de los skaters. Se trata de un diseño originado en San Francisco y
que se ha exportado a otras ciudades, con el objetivo de que estas prácticas
no tengan lugar en puntos estratégicos del espacio urbano.
Fig.1. Banco anti-indigente en la Rambla del Raval. Daniele Porretta. 2010.
Fig. 2. Pig ear (oreja de cerdo) antiskater en la plaza de la Mercè. Daniele Porretta. 2010.
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Fig. 3. Imagen de un Banco de Camden. Te wub. Londres (Reino Unido).
Fig. 4. Anti Sites. Survival Group.
Fig. 5. Estética de seguridad. Roc Albalat. Castellbisbal. 2016.
El diseño del banco de Camden que muestra la Figura 3 también busca repeler al monopatín.
Dificulta que la tabla se deslice por sus bordes, dotados de una forma fluctuante. Por otro lado,
este diseño también impide encontrar una posición para dormir. Por tanto, el banco de Camden
también repele a los sin-techo. La ausencia de hendiduras en las que esconder las drogas, ahu-
yenta también a los traficantes. Y para acabar, rechaza al grafitero, ya que tiene un recubrimiento
especial para repeler la pintura. Un amplio abanico de medidas orientadas a determinar cuál es
el uso normativo del banco. Su diseño es un auténtico Caballo de Troya contra las conductas no
normalizadas. Descartado el banco, los amplios portales de bancos y oficinas podrían resultar una
alternativa para el sin-techo, pero también en estas zonas urbanas se han instalado pinchos, ru-
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Inmaterial 02. Roc Albalat
gosidades, esculturas, rampas o jardines hostiles como los que muestran
la Figura 4 y la Figura 5. Todas ellas, medidas preventivas que convier-
ten el espacio público en un espacio “anti-alguien”. Los artistas franceses
Survival Group iniciaron el año 2005 el proyecto fotográfico Anti Sites,
anti lugares, que compila fotografías tomadas en lugares proyectados
con un objetivo común: orientar, frustrar y disuadir a la gente de ciertas
conductas. En su manifiesto, se muestran irónicos con tal afán norma-
tivo: “Pero ¿por qué ir a sentarse cuando hay tantos trabajo por hacer
/ bellos objetos confeccionados para ser comprados / películas, series y
juegos para ver?” (Survival Group, 2005).
Gordan Savičić y Selena Savić (2013) son los coeditores del libro
Unpleasant Design, un catálogo de diseños intencionadamente desagra-
dables. Su investigación explora la relación entre el espacio, el diseño y
la interacción social. Examinando cómo el espacio urbano es diseñado
con efecto disuasorio para ciertos grupos y actitudes, los editores ponen
de relieve el carácter inapelable del dispositivo físico. A diferencia de
las interacciones con los guardias de seguridad o cuerpos policiales, las
características físicas no son negociables. Su permanencia es definitiva y
sin concesiones: es la imagen del consenso. El consenso debe entenderse
aquí, no como un acuerdo armónico de intereses, sino en la acepción
que le otorga Jaques Rancière: una apariencia que requiere hacer invisi-
bles las disensiones. “En la que incluso los datos a partir de los cuales se
deciden acuerdos y desacuerdos se consideran objetivos e incuestiona-
bles” (Rancière, 1998, p. 58).
La solidificación de los lenguajes de diseño
“Una vez que se produce el organismo individual, sin
embargo, sus extensiones y cualidades ocultarán el
proceso intensivo original y sus tendencias endógenas.
En otras palabras, el proceso se convertirá en encerrado
en el producto…” (DeLanda, 2009).
Tomando como esquema conceptual a Deleuze y su teoría de los
ensamblajes, Manuel DeLanda adopta conceptos de la termodiná-
mica (proceso intensivo) para definir las propiedades conectivas de los
organismos. Una entidad individual (un cuerpo, un producto) tiene
un conjunto indeterminado de capacidades para formar parte de otros
ensamblajes. Los procesos intensivos corresponden a este conjunto abierto
de potenciales interacciones. Aquello que permite que la relación entre
el todo y las partes permanezca inacabado.
Inmaterial 02. Contenedores que vomitan recogedores
23
En el texto citado, DeLanda expone cómo los productos se diseñan
atendiendo a la producción de equilibrio en un sistema. Cada actuali-
zación cancela las capacidades del producto de ser un componente en
otros ensamblajes. El diseño del objeto se centra en hacerlo incompa-
tible con una amplia gama de potenciales ambientes morfológicos. Al
abortar la conexión entre componentes, los lenguajes de diseño tienden
a solidificarse. El diseño absorbe y sustenta la economía dominante,
manteniendo las futuras interacciones en unos valores predictibles e
impidiendo su libre juego: “instalar planetariamente un presente contra el
libre juego de todo venir a la presencia. En pocas palabras: EL MUNDO
SE ENDURECE” (Tiqqun, n.d.).
La compatibilidad del producto con otros cuerpos viene determina-
da por un cálculo estadístico de riesgo ante esos cuerpos. La práctica del
diseño y del desarrollo técnico que queda sujeta a dicha lógica operativa,
produce entidades que tienden a lo que hemos denominado una estética
de la seguridad (banco de Camden, Figura 3). Son objetos que generan
estratos sólidos y estables, imágenes que pierden su poder evocador,
símbolos estancos sin poder de replicación especulativa. La solidifica-
ción de los lenguajes de diseño se manifiesta mediante el despliegue de
estándares y se dirige a materializar la utopía de la ciudad inteligente.
Diseño intensivo: carros mutantes
“…pero este producto, a su vez, posee, además un
conjunto bien definido de propiedades (extensivas y
cualitativas) un conjunto abierto de capacidades para
interactuar con otros individuos, orgánicos y no
orgánicos” (DeLanda, 2009).
La imagen (página siguiente) muestra a otro recogedor de metal trans-
portando sus bienes en un carro de supermercado al que ha adherido
un compartimento trasero, adaptando un carro doméstico de la compra.
Materiales reutilizados que se acoplan en una suerte de vehículo que
permite al recogedor hacer su trabajo. Contrariamente al diseño de los
contenedores, el diseño en estos carros parte de la recombinación de
otros objetos. Forma parte de lo que el académico británico Matthew
Fuller define como “una técnica para absorber la aparición inespera-
da, de otro modo irresoluble, de formas sociales; como una forma de
arquitectura preventiva de zonas-deformación” (Fuller, 2016, p. 82). El
recogedor de metal resuelve la distancia existente entre él y los modos
de producción con una libertad de juego que no encontrábamos en el
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Inmaterial 02. Roc Albalat
diseño de los contenedores. Advirtiendo la
determinación latente en el dispositivo econó-
mico, es capaz de desnaturalizar la performa-
tividad de los productos, acoplar sus cuerpos y
subvertir sus usos. El hecho que los productos
originales no estén pensados para esos usos
no detiene las capacidades de afectación y
re-agenciamiento de los objetos.
El carro de la compra, símbolo de la sociedad
de consumo (como tantas otras prótesis que
ocupan el vacío ante la ausencia de los sujetos),
queda atravesado por una paradójica función:
reciclar los mismos envases que estaba pro-
gramado a transportar en su función original.
En este gesto, la agencia del objeto traza una
línea de fuga. La presencia del recogedor
propicia el cambio de polarización del carro de
la compra, que presta su utilidad a otra forma
de vida. Para el filósofo Giorgio Agamben “la
constitución de una forma-de-vida coincide
íntegramente con la destitución de las con-
José Antonio Millán. Vehículos informales para la recuperación. Barcelona. 2011.
diciones sociales y biológicas en las que ella
se encuentra arrojada” (Agamben, 2014). La
elevada dependencia del recogedor ante tales
economías provoca que su subsistencia se base
en el desgaste de los dispositivos.
El ejemplo de los carros mutantes nos permite
pensar en una brecha en la determinación de
los objetos, nos brinda la posibilidad de una
agencia nómada. Es la muestra material de
una distancia restituida a partir del ingenio y
la recombinación. Sin embargo, es improbable
que el carro diseñado por el recogedor entre en
el catálogo de gadgets de la smart city. ¿Por qué
motivo? No cumple la subsunción de prácticas
normativas e interrumpe la complicidad ciuda-
dana ante el orden previamente negociado. El
objeto diseñado por el recogedor provoca un
desplazamiento en las formas de habitar el es-
pacio. Su práctica se asemeja a lo que el teórico
Inmaterial 02. Contenedores que vomitan recogedores
25
cultural Michel de Certeau (2000) define como
un uso táctico de los productos. Un uso que
tiene como fin la oportunidad de escapar de las
estrategias de producción.
El montaje y re-agenciamiento de los carros
responde a una solución de diseño intensivo.
La intensidad del lenguaje de diseño se entien-
de como un campo de simulación estética y
política, como un proyecto problematizador. El
ámbito proyectual del diseño intensivo es cuestio-
Fig. 6. Archisuits para dormir en un banco. Sarah Ross.
narse la presunción de las conexiones. Se trabaja
desde la agitación de lo presuntamente objetivo.
sitivos. Se trata de una prótesis que actualiza el
Desde la proyección de patrones de difracción,
banco con apoyabrazos. Sarah Ross ha diseña-
metáfora de un conocimiento situado, cuya
do un vestido que lleva adheridos unos cojines
práctica defiende la filósofa Donna Haraway:
colocados tácticamente. Mediante la inserción
“Los patrones de difracción registran la historia
de los cojines entre los apoyabrazos y por enci-
de la interacción, la interferencia, el refuerzo, la
ma del nivel del respaldo, el banco ve restituido
diferencia. La difracción trata sobre la historia
su uso como superficie donde descansar. El
heterogénea y no sobre originales. A diferencia
diseño modular aprovecha la forma estandari-
de las reflexiones, las difracciones no desplazan
zada de los bancos de la ciudad para proyectar
lo mismo en otra parte, de forma más o menos
su contra forma. Tal oposición entre formas,
distorsionada”. (Haraway, 1997, p. 309).
materializa la oposición política y la pone en
acción. Neutraliza la condición del banco como
La intensidad en los procesos de diseño hace
Anti-objeto. Observemos que el rediseño del
visibles los procesos que determinan unas
banco ejerce una doble función: por un lado,
conexiones y no otras. Se orienta a establecer
descifra y visibiliza una política de las cosas y,
múltiples y dinámicas relaciones. Un lenguaje
por el otro, revoca su determinación.
de diseño intensivo es una visión indirecta
(figurada) de la realidad que crea entidades
inestables, mutantes. Se trata de una práctica
experimental basada en la desnaturalización
de los dispositivos. Mediante tal práctica, el
diseñador aborda con su trabajo aquello que
Giorgio Agamben denomina la profanación
de los dispositivos: la urgente restitución al uso
común de lo que fue tomado y separado por
ellos (Agamben, 2007, p. 264).
El prototipo Archisuits, que vemos en la Figura
6, nos remite a la urgente restitución al uso común
de lo que fue tomado y separado por los dispo-
Fig. 7. Pay & Sit Private Bench. Fabian Brunsing. 2008.
26
Inmaterial 02. Roc Albalat
El conjunto de imágenes de la Figura 7 ilustra el ejercicio de Fabian Brunsing, estudiante del
programa de diseño de la interfaz de la FH Potsdam y la Parsons School of Design de Nueva
York. Pay & Sit Private Bench consiste en un banco cubierto con puntas de metal retráctiles y
una ranura para monedas. Cuando se inserta la moneda en la ranura, los pinchos se retraen y se
puede reposar durante un período fijo de tiempo antes de que se active la alarma. Unos segundos
después del timbre, los pinchos vuelven a levantarse.
El experimento de Fabian Brunsing toma una afilada forma de impostura. Se apropia de los
procesos de solidificación de los lenguajes de diseño con el fin de poner en evidencia el no-lugar
que estos encierran. Exagera hasta tal punto su adhesión a la estética de la seguridad (Figura 8),
que hace visible el kitsch que en ella reside. Asimismo, incorpora a su prototipo un intercambio
monetario vinculado a un intervalo de tiempo. Con esta acción, el banco pierde la condición
de último refugio del ocio productivo. Disuelve la noción de espacio público, como tantos otros
objetos. Fabian Brunsing publica un vídeo presentando el prototipo en una web de aspecto
corporativo. Es interesante cómo los medios de noticias en la red se hacen eco del producto sin
advertir la impostura del diseño. Una vez transmitido el mensaje, la recepción acrítica en el con-
texto mediático se encarga de legitimarlo: los redactores se centran, en unos casos, en una crítica
seria y comprometida y, en otros, en ponderar su implantación en las ciudades. La estética del
banco se ha mimetizado con la imagen de consenso. El efecto es el de una broma que no ha sido
entendida. El proyecto Pay & Sit Private Bench aprovecha la potencia de los medios de comuni-
cación para desnaturalizar el dogma encerrado en la estética de control. De esta forma, el artista
consigue rasgar la cortina del consenso.
Inmaterial 02. Contenedores que vomitan recogedores
27
y sus usuarios. Ambos, tejedores del front-end
y el back-end de nuestras interfaces cotidianas,
dan uniformidad a las condiciones materiales
de uso. El grupo de ingenieros críticos Te
Critical Engineering Working Group, en uno de
los puntos de su manifiesto, da cuenta de la
magnitud de afectaciones que tiene su trabajo:
“el ingeniero crítico sabe que cualquier obra de
ingeniería inicia un proceso de ingeniería con
el propio usuario, directamente proporcional
al nivel de dependencia del usuario respecto
a la obra” (Oliver, Savičić y Vasiliev, 2011).
José Antonio Millán. El recogedor de metal como Jonás. Barcelona. 2014.
Es decir, ante el diseño del contenedor cabría
preguntarse ¿cuál es el nivel de dependencia del
Contenedores que vomitan
recogedor de metal? Leamos otro de los puntos
diseñadores
del manifiesto y veamos como se posiciona
ante la determinación política de los objetos
El diseñador ejerce su oficio amparado en la
que genera su trabajo: “El ingeniero crítico
utilidad de sus proyectos dentro del marco le-
observa el espacio que hay entre la producción
gitimador del mercado institucional. Su trabajo
y el consumo de la tecnología. El ingeniero
se centra en lo objetivamente funcional y en la
crítico actúa con rapidez ante los cambios
evocación al gusto. Se comporta como el testigo
que se producen en este espacio y pone de
modesto: “el ventrílocuo legítimo y autorizado
manifiesto los momentos de desequilibrio y
del mundo de los objetos, sin añadir nada de
decepción”. El ingeniero crítico observa y actúa
sus meras opiniones, de su corporeidad parcial.
ante los desequilibrios que genera su trabajo.
De esta manera recibe el extraordinario poder
La consecución de los objetivos técnicos del
de establecer los hechos. Es testigo: es objetivo;
contenedor se basan en la capacidad de infiltrar
garantiza la claridad y la pureza de los obje-
al objeto una mecánica de exclusión, por tanto,
tos” (Haraway, 1997, p. 223). Lo hace desde
un buen diseño del contenedor habrá genera-
una posición aparentemente neutra, desde una
do un desequilibrio entre su producción y los
tribuna que le infunde una rara asepsia política;
usuarios (explotación de la consciencia ecoló-
aportando soluciones a un problema de orden
gica, objetivación del recogedor). Sin embargo,
social que viene diagnosticado desde esferas
el diseñador del contenedor no es capaz de
objetivas. Y lo hace modestamente. El sociólo-
percibirse como el único eslabón entre la policía
go Bruno Latour (2008) percibe esta modestia
y el objeto.
en el diseño; un sector que según su punto
de vista está dedicado, no a construir o hacer
El trabajo del diseñador, añadiendo, remedian-
cosas, sino más bien a introducir una modifica-
do, modificando cosas desde dentro (desde el
ción sutil (un rediseño, una actualización).
código, desde la forma que permite expulsar
recogedores), atañe tanto a su creatividad como
Aún así, el diseñador comparte con el ingenie-
a su autorregulación política. Su subjetividad se
ro el hecho de ser un mediador entre el objeto
pliega a las objetivas funciones de control que,
28
Inmaterial 02. Roc Albalat
aunque no le pertenecen, guían su trabajo. Al integrar los vomitorios al
formateo de sus objetos, el diseñador contribuye a absorber la producti-
vidad de la acción ecológica (seleccionar los desechos para su reciclaje)
y perpetuar el cuerpo como desecho (expulsión del recogedor, incine-
ración de desechos no reciclables). Su prototipo omite las disensiones,
controversias y contradicciones que tendrá su convivencia en el ecosiste-
ma de los demás cuerpos en el espacio público.
Sin embargo, la práctica diseño puede superar sus complejos asépticos:
ya no tiene la coartada de ceñirse a la objetividad técnica. En un con-
texto de estetización de los dispositivos de producción, el diseñador es
la figura que implementa sus condiciones reguladoras. En su trabajo,
trata en vano de obviar que ya no puede imaginar las cosas en sí mis-
mas. Advierte que los aburridos soportes, mediante los que entendemos
e imaginamos el mundo, ya llevan implícita una dimensión normativa.
Frente a estas problemáticas, el diseñador se encuentra en una posición
privilegiada para emprender la restitución al uso común de los objetos.
La superación del corsé normativo, permitiría adquirir libertad de juego
para explorar los espacios de intensidad en los procesos de diseño. La
práctica del diseño se presta a desarrollar una ética interfacial, basada en
la mejora de las condiciones de interacción y a facilitar relaciones simé-
tricas con otros cuerpos en el espacio. Para hacerlo posible, el lenguaje
proyectual se cuestiona: ¿Cómo se verán afectados los objetos de diseño,
o cómo van a afectar a otros organismos de su entorno? El diseñador
crítico toma las respuestas a esta pregunta como algo provisional. En-
tiende los objetos de diseño no como algo dado, sino como algo en pro-
ceso: evitar la tendencia a la mitificación requiere de códigos abiertos,
de una mentalidad maker, de facilitar las conexiones tanto binarias como
a escala humana. Requiere oponer al diseño inteligente y su catálogo
de cajas negras, un diseño de los devenires que permita la apropiación
pública de los productos que se ponen en circulación.
Roc Albalat Gimeno
Diseñador gráfico y realizador audiovisual en el estudio Taller Estam-
pa. Profesor colaborador del Máster en Teoría y Práctica del Documental
Creativo (Universidad Autónoma de Barcelona). Miembro de L’Automáti-
ca, colectivo de impresión tipográfica. Grado en Diseño cursado en Bau,
Centro Universitario de Diseño de Barcelona.
E-mail: roc@tallerestampa.com
Inmaterial 02. Contenedores que vomitan recogedores
29
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